Pasaron apenas
seis minutos de las 21 y el experimentado cantante aparece en el escenario y se
sienta en una banqueta. Acompañado por Paddy Milner al piano, comienza a cantar
Growing Old, de Bobby Cole. “Me estoy volviendo viejo…”, entona con
la voz tranquila, casi irreconocible. Es una declamación, pero también es una
trampa. Ese hombre canoso que está frente a nosotros es una leyenda que pronto
cumplirá 84 años y cualquiera podría pensar que sus días de gloria han quedado
atrás. Nada más errado. Termina la canción, ingresa el resto de la banda y
empiezan a sonar los primeros acordes de una canción épica que pocos de sus
seguidores conocen. Entonces su voz envuelve a todo el Movistar Arena y ya nada
más importa. Es como un fenómeno climático del cual uno no puede refugiarse. Te
arrastra y te eleva. Ese es el efecto que solo él puede lograr. En algún momento
también lo consiguieron Elvis, Sinatra y Pavarotti, pero ya no están entre
nosotros. Tom Jones, sí.
Su aspecto de
lord inglés no desentona con su robusta y profunda voz. Es la historia viva del
pop de los últimos 60 años y es la sexta vez que se presenta en Buenos Aires.
Lo hizo en 1974, luego en 1980 y más acá en el tiempo en 2007, 2010 y 2016. El
público, en su gran mayoría veteranos de mil noches, lo reciben con una gran
ovación. Más allá de que Not Dark Yet,
de Bob Dylan, les resulte ajena, saben que lo que está por venir será único e
inolvidable.
Antes de comenzar
el tercer el tema, el galés hace una breve introducción. Cuenta que la siguiente
canción la grabó por primera vez en noviembre de 1964, y que en marzo de 1965
ya era número 1 en Inglaterra. Es la conexión que faltaba con su público, una
que sepamos todos. It's Not Unusual no
pasa como si nada a pesar de que no es la versión crooner que todos escucharon
cientos de veces, sino una más remozada aunque igual de pegadiza. Sigue con What's New Pussycat?, ahora con Milner
en acordeón, que le dan al viejo clásico que tomó de la película de Woody Allen
un tono circense. Pasaron poco más de 10 minutos desde el comienzo y la fiesta
es total.
La recuerda a
Dusty Springfield con The Windmills Of
Your Mind -que como Not Dark Yet está
en su último disco Surrounded by Time-en la antesala del que será el momento más
caliente de la noche: su éxito dance de 1999, Sexbomb, lo transforma en un blues bien crudo, demoledor. Arranca
cantando casi como si estuviera en el Delta del Mississippi, con el respaldo
del notable guitarrista Scott McKeon, y luego la banda se electrifica estilo
Chicago. Energía pura. Como Jesús con Lázaro, levántate y anda, Tom Jones canta
y todos comienzan a bailar.
Interpreta otras
versiones de su último álbum como Popstar,
Lazarus Man, Talking Reality Television Blues y la sublime One More Cup of Coffe, también de Bob
Dylan, y algunos covers de su repertorio tradicional como Green, Green Grass Of Home y Delilah.
Otro momento extraordinario se da con Tower
of Song, de Leonrad Cohen, donde subraya la frase “nací con el don de una voz de oro” y alcanza un registro vocal que
eriza hasta las paredes.
Sobre el final,
lanza dos hits ochentosos -You Can Leave
Your Hat On y Kiss- para que ya
nadie más se siente en sus sillas. Tras un breve intervalo, casi dos horas
después del comienzo, vuelve para los bises. Primero con One Hell of a Life, en la que pide: “Cuando esté muerto (…) Sólo recuerden que tuve una vida increíble”
y luego se zambulle en dos rocanroles primarios - Strange Things Happening Everyday y Johnny B. Goode- para cerrar
una noche única, en la que una voz, otra vez, venció al paso del tiempo.
Hace 60 años, el rock and roll experimentó un nuevo Big Bang con el lanzamiento
del primer LP de los Rolling Stones, un álbum homónimo que marcó un antes y un
después en la historia musical, y forjó la leyenda de la banda que desafiaría
las normas para conquistar el mundo. Allí estaban Mick Jagger y Keith Richards,
también estaba Brian Jones, con un ascendente muy fuerte sobre la banda por
entonces, los tres respaldados por la notable sección rítmica conformada por Byll
Wyman y Charlie Watts, y bajo la tutela del manager Andrew Loog Oldham.
Los meses previos a la grabación estuvieron cargados de
trabajo y aprendizaje. La banda se había convertido en una sensación en los
clubes de Londres con su explosiva mezcla de blues, R&B y actitud
irreverente. En 1963, firmaron contrato con Decca Records y se embarcaron en la
aventura de grabar su primer disco. El estudio elegido fue Regent Sound. Si
bien ya habían pisado un estudio meses antes, para la grabación del single Come On / I Want to Be Loved y luego para el sencillo I Wanna Be Your Man / Stoned,
esta experiencia sería mucho más intensa y decisiva. Las sesiones de grabación
se extendieron entre enero y abril de 1964, con un ritmo frenético y una
energía contagiosa. Los músicos, con apenas 20 años de edad, estaban ansiosos
por plasmar su sonido en un vinilo de larga duración.
El trabajo en el estudio se caracterizó por la espontaneidad
y la experimentación. Oldham, con su visión aguda, guio al grupo mientras
exploraba diferentes estilos y sonidos. La mayoría de las canciones eran
versiones de clásicos del blues y del rock and roll, pero con su propio sello.
La guitarra punzante de Richards, la voz poderosa de Jagger, la batería precisa
de Watts y el bajo pulsante de Wyman se combinaron con los aportes de Brian
Jones, por su expertise como mulitinstrumentista y su profundo conocimiento de
la música negra, para crear una energía
electrizante.
El 16 de abril de 1964, el primer LP de los Stones llegó a
las tiendas de Reino Unido y se convirtió en un éxito inmediato. Trepó al
puesto número uno en los charts británicos, donde permaneció por 12 semanas. El
30 de mayo fue lanzado en Estados Unidos y enseguida se posicionó en elpuesto 11 del ranking de Billboard.
El impacto de su primer álbum fue monumental. El grupo se
convirtió en un símbolo de rebeldía y libertad, y su música en la banda sonora
de una generación que buscaba romper con las tradiciones. Un profundo cambio
cultural estaba en marcha y los Stones aparecieron para disputarle el liderazgo
de esa movida a los Beatles, que entonces les llevaban una leve ventaja.
A diferencia de la producción meticulosa de la época, el
sonido del primer disco de los Rolling Stones es crudo y sin pulir. Las
imperfecciones y la energía bruta de la banda son parte de su encanto, algo que
se destacaba en sus actuaciones en vivo.
El álbum versión inglesa comienza con (Get Your Kicks On) Route 66, de Bobby Troup, quien escribió la
canción en 1946, que primero grabó Nat King Cole junto a su King Cole Trio, en
un estilo volcado hacia el jazz. Pero la versión que inspiró a los Stones fue
la Chuck Berry de 1961. Era la esencia misma del rock & roll.
Luego sigue con I Just
Want To Make Love To You, composición de Willie Dixon y grabada por Muddy
Waters en mayo 1954. Los Stones transformaron un blues lento y corrosivo en un
acelerado rhythm and blues. El tercer tema es Honest I Do, del músico de blues Jimmy Reed. La versión de los
Stones es un blues cansino bastante fiel al original. Completan el lado A I Need You Baby (Mona), escrita en 1957
por Bo Diddley; Now I’ve Got A Witness
(Like Uncle Phil And Uncle Gene), una adaptación instrumental de la canción
Can I Get A Witness, que lleva la
firma de Nanker Phelge, un pseudónimo utilizado entre 1963 y 1965 para las
composiciones de todos los integrantes de la banda; y Little By Little escrita por los Stones y Phil Spector e inspirada
en Shame, Shame, Shame de Jimmy Reed.
El lado B comienza con I’m
A King Bee, escrita por Slim Harpo, uno de los músicos más de blues más influyentes
de la década del cincuenta. La versión es muy fiel a la original: sobresale el
deslizante sonido del bajo de Bill Wyman, Brian Jones se destaca con el slide y
Jagger con la armónica. Del blues pantanoso pasan al rock & roll más clásico
de Chuck Berry con una exquisita interpretación de Carol, para luego zambullirse en una balada pop como Tell Me (You’re Coming Back). El
siguiente tema está conformado por Can I
Get A Witness, canción con la que Marvin Gaye había brillado un año antes.
La penúltima canción sondea los campos sonoros del góspel.
Se trata de You Can Make It If You Try,
compuesta por Ted Jarrett y grabada Gene Allison en 1957. Y cierran a puro
Memphis con Walking The Dog, de Rufus
Thomas, uno de los emblemas del sello Stax.
La versión estadounidense del disco, a la que como título le
agregaron England’s Newest Hit Makers, difiere
de la inglesa porque dejaron afuera I
Need You Baby (Mona) paraagregar
como tema incial Not Fade Away, en la
que realzan el sonido de Bo Diddley para transformarla en un gran éxito.
De la grabación participó activamente al piano Ian Stewart,
el sexto stone, pero que no era “uno más de la banda” por una decisión del
manager porque consideraba que su imagen no encajaba con la de todos los demás.
También fueron de la partida Gene Pitney y los miembros de los Hollies Graham
Nash y Allan Clarke que sumaron sus voces en Little By Little.
El álbum fue el inicio de una historia que sigue hasta el
día de hoy, con cientos de canciones enormes en el medio, las muertes de Brian
y Charlie, las deserciones de Wyman y Mick Taylor, y con el peso del rock &
roll que tanto Mick como Keith, y Ronnie Wood, saben llevar con mucha dignidad,
gracia y talento. ¡Larga vida a los Rolling Stones.
El 6 de septiembre de 1946, arriba de una casa de empeños de Chicago, tres músicos participaron de una sesión de grabación que cambiaría la música popular del siglo XX. El cantante y guitarrista Arthur “Big Boy” Crudup, el baterista Judge Riley y el contrabajista Ransom Knowling registraron cinco canciones, entre ellas las composición de Crudup, That’s All Right.
Lester Melrose era dueño de los derechos de autor de todas las caras que Crudup registró ese día para el sello Victor; un hecho que el músico llegaría a lamentar. Crudup ganó unos cientos de dólares por cada una de sus grabaciones y, entretanto, volvió a dedicarse a la agricultura en Mississippi. Cuando se lanzó That's All Right, Crudup, de 40 años, había conseguido tres éxitos de R&B.
That's All Right se convirtió en el primer sencillo de 45 rpm de la serie de R&B de Victor, tuvo cierta difusión en las estaciones de radio negras, pero no llegó a los charts. Ese habría sido el final de la historia, de no ser por una curiosa vuelta del destino: se volvería en la pierda basal del rock & roll.
Unos años más tarde, el 5 de julio de 1954, Elvis Presley, Scotty Moore y Bill Black ingresaron a Sun Records, en Memphis, y tocaron un éxito de Bing Crosby de 1950 llamado Harbor Lights, pero no era lo que el productor y propietario del estudio, Sam Phillips, estaba buscando.
Poco después de la medianoche, Elvis empezó a tocar esa vieja canción de Crudup. Los músicos lo siguieron el ritmo y la química fue imparable. Sam Phillips les dijo que pararan y empezaran de nuevo para grabarlos. Emocionado por lo que escuchó, Sam le llevó un acetato de That’s All Right al DJ local Dewey Phillips. "Oye, esto es un éxito", dijo Dewey y procedió a reproducirlo siete veces en su programa. El resto es historia: Elvis se convirtió en rey.
Pero la historia no sería igual para Crudup. Se convirtió en una víctima clásica de la explotación de la industria musical y, a pesar del éxito comercial de la canción, nunca pudo ni siquiera mantener a su familia con su música.
Con un pago de sólo unos pocos miles de dólares durante su carrera musical, tuvo varios empleos, desde leñador hasta transportista de trabajadores inmigrantes, y en un momento dirigió su propio local de música. Cuando el blues resurgió en los sesenta, volvió a la acción por un breve período, grabó nuevamente sus viejos clásicos y su último compromiso profesional en fue con Bonnie Raitt en 1970.
En 1973, el escritor y promotor de blues Dick Waterman inició una batalla para recuperar parte de las regalías faltantes y tenía todo arreglado para un pago de 60.000 dólares de Hill Range Publishing, que al final no se concretó. Crudup le dijo: “Nací pobre, vivo pobre y voy a morir pobre”. Y así fue. Falleció el 28 de marzo de 1974, a los 68 años, sin un centavo a su nombre.
Pero Waterman no se rindió y en los años siguientes logró que le paguen más de 3 millones de dólares al patrimonio de Crudup que quedó en manos de sus herederos.
Escuchar a Raphael Wressnig es una experiencia explosiva. Con
su Hammond B3 eleva el groove a niveles poco explorados y provoca un ritmo abrasivo
del cual es imposible desprenderse. Pese a haber nacido en la ciudad austríaca
de Graz, en el corazón de Europa, el tecladista lleva en su sangre la mística
del funk de Nueva Orleans, con altas dosis de blues y rythm & blues.
En los últimos años, Wressnig montó un show itinerante, que
incluso lo trajo a la Argentina en diciembre de 2019, y formó una sociedad
musical con los hermanos brasileños Igor y Yuri Prado, guitarrista y baterista
respectivamente, que le aportan un sonido único a su música. Ahora, parte de
esa experiencia se ve reflejada en su nuevo álbum, Live-More Groove, More Good Times, que captura lo mejor de las
presentaciones del disco Groove &
Good Times, editado en 2021.
En un intercambio de mensajes con Noticias Argentinas,
Wressnig contó sus inicios en la música, su pasión por sonidos de otras
latitudes y lo que significa para él su nuevo álbum en vivo.
- ¿Cuándo y por qué
empezaste a tocar el Hammond?
- A los 15 o 16 años empecé a tocar el piano y pronto tuve
mi primera banda. Tocábamos una mezcla de funk, soul, rythm & blues. Por
entonces comenzaron a gustarme los sonidos del piano eléctrico (el Wurlitzer o el
Fender Rhodes) y el Hammond porque descubrí que los tonos, sonidos y colores
son mucho más expresivos para mí. A los 18 años me compré mi primer Hammond y
ya nunca más lo dejé.
- ¿Cómo fue que llegaste
al blues y al funky?
- Cuando era adolescente comencé a ir a conciertos en vivo y
en algún momento descubrí a Buddy Guy, Muddy Waters y poco después a Jimmy
Smith, de quien me llamó la atención el material de rhythm & blues que había
grabado, como The Cat o sus covers de
Hi Heel Sneakers y Hoochie Coochie Man. Luego descubrí a
Jimmy McGriff y Jack McDuff y ese fue el vínculo perfecto (de regreso) al
blues. Para mí, el lado down home o
más orientado al blues siempre fue interesante. ¡El mojo y la suciedad del
blues, y la emoción del funk siempre llamaron mi atención!
- ¿Cómo explicas tu
vínculo con la música norteamericana siendo de Europa Central?
- Creo que hay un aspecto histórico en esto: después de la
Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos trajo muchas cosas a Europa. El Plan
Marshall fue importante y ayudó a reconstruir la infraestructura y con eso vino
la música. Poco después, en los sesenta, muchos artistas de blues resurgieron
en Europa. En pocas palabras: hubo un momento en el que había mucha música
estadounidense por aquí. Esto está cambiando bastante ahora, pero la gente
todavía aprecia mucho el blues y el jazz. Y yo no fui ajeno a eso.
- ¿Cómo ves a la
escena musical actual en Europa?
- Siendo muy honesto, creo que mucha de la música que se
reproduce es muy predecible y mucha gente la reproduce por inercia. Extraño
mucho los enfoques únicos y genuinos. Eso es algo en lo que pienso mucho. En mi
caso intento mantenerlo real o permanecer fiel a la música que amo y al mismo
tiempo impulsar las cosas y actualizarlas.
4) ¿Cómo conociste a
Igor y Yuri Prado, y qué sientes tocando con ellos?
- Los conocí gracias a Sax Gordon cuando formó un grupo para
el Poretta Soul Festival en Italia. Tocar con ellos esa primera vez fue genial,
como si lo hubiéramos estado haciendo juntos durante décadas. Escuchamos la
misma música, amamos las mismas cosas, somos mu apasionados y tenemos un gran respeto
por la música. Al final del día sentí que Igor -más o menos como yo- está siempre
listo para hacer un esfuerzo adicional para hacer que la música sea especial y
emocionante. Lo nuestro es un trabajo de amor y pasión. Somos conscientes de
que requiere mucho esfuerzo, pero es bastante gratificante. Cuando tocamos juntos
somos dinamita.
- ¿Qué tiene de
especial el último álbum en vivo?
- Tomamos algunas de las canciones de Groove & Good Times que más nos gustan y algunos otros temas.
Creo que pudimos capturar un show en vivo muy emocionante con un repertorio
mayoritariamente funky, no todo funk per
se, sino ritmos implacables, e infundimos mucho blues profundo y una
sensación intimista. El disco tiene bastantes instrumentales, pero Igor hace
melodías vocales y yo también. El álbum muestra el poder del grupo en vivo.
- En algún punto las
redes sociales acercaron a los artistas a públicos diversos, pero también hacen
que todo sea más efímero. ¿Cómo percibís eso?
- Hoy en día puedes sentir que la gente aprende música de
Youtube o Instagram. La música a menudo se muestra en las redes sociales, lo
que significa tocar algo emocionante, pero es sólo un breve momento. Cada vez
hay menos gente que pone eso en un concierto o espectáculo completo. Me gusta
el tipo de cosas de “poner el pie en ello”. Ahora vuelvo a un aspecto con el
que comencé: mencioné que me enamoré del blues y el funk porque escuchaba a
Buddy Guy. Si escuchas a un Buddy Guy de los setenta, realmente puedes sentir
la energía y que está listo para prender todo fuego. Me encanta esa pasión,
energía y vibra. Y eso es lo que espero que la gente sienta sobre nuestra
música.
El nombre de Gary Nicholson dice poco por estos pagos, pero
en los Estados Unidos, especialmente en el ambiente de la música country tiene
un relieve difícil de dimensionar. Pero también resuena con fuerza en la escena
del blues, aunque no como Gary Nicholson, sino como su alter ego, Whitey
Johnson.
Nicholson es guitarrista, cantante, productor y compositor. Ha
escrito múltiples éxitos número uno y tiene más de 500 canciones grabadas por
una variedad de estrellas que incluyen a Bonnie Raitt, Garth Brooks, George
Strait, B.B King, Delbert McClinton, Gregg Allman , Buddy Guy, Vince Gill,
Neville Brothers, John Mayall y Fleetwood Mac. Recibió 26 premios ASCAP (Asociación
Estadounidense de Compositores, Autores y Editores), dos Grammys y la membresía
en el Salón de la Fama de los Compositores de Texas, además de una nominación
al Salón de la Fama de los Compositores de Nashville. También contribuyó a la
banda sonora de la película ganadora del Oscar Crazy Heart.
Como su alter ego de blues, es un artista dinámico cuyas
habilidades con la guitarra combinan a la perfección con su asombroso catálogo
de canciones y su sentido del humor. Su perspicacia como compositor también
influye en su asombrosa capacidad para dar vida a las melodías en el escenario.
Además de realizar giras con Delbert McClinton, quien grabó
más de 50 canciones suyas, tocó en el escenario y en sesiones con Guy Clark,
Billy Joe Shaver, Tracy Nelson, Bobby Bare y otros.
"No me di cuenta en ese momento, pero creo que llegar a
la mayoría de edad en la escena musical de Dallas-Fort Worth fue realmente
importante", dice Nicholson. “Hay cierto sonido de guitarra ahí. Fue un
gran lugar para crecer porque había muchos grandes músicos alrededor”.
Nicholson es oriundo de Commerce, Texas, pero creció en
Garland, en las afueras de Dallas, y comenzó a tocar la guitarra en su
adolescencia en bandas como The Valiants, The Catalinas y The Untouchables,
antes de ingresar a la Universidad de North Texas, con especialización en
música.
En su adolescencia quedó deslumbrado por la leyenda local
del blues Freddie King, cuyo Hideaway
se había convertido en un éxito nacional en 1961. En la universidad pasó por
una fase de jazz, tocó la guitarra solista para la banda de rock The Nazz y
luego cayó bajo el hechizo del movimiento country-rock. “Conocimos a los Flying
Burrito Brothers. Gram Parsons vino a nuestro lugar de ensayo y nos quedamos
despiertos toda la noche con él y tuvimos una experiencia increíble. Nos dijo
que deberíamos mudarnos a California. Aproximadamente uno o dos meses después,
nos subimos a un auto y partimos hacia la costa oeste”, recordó en una
entrevista.
En su primera noche Los Ángeles, la banda de Nicholson ganó
el concurso de talentos del club The Palomino y así se abrieron paso entre
figuras de la escena local como Delaney Bramlett, James Burton, Glen Campbell y
Tony Booth. Apadrinados por Parsons el grupo pronto llamó la atención al
interpretar canciones originales de Nicholson con armonías de bluegrass.
Los compañeros de clase de Nicholson en la universidad, Don
Henley y Jim Ed Norman, se unieron a él en Los Ángeles. Henley tocó la batería
con la banda para su presentación ante el sello discográfico en The Troubadour,
así como en los demos que le dieron al grupo su contrato de grabación. Luego Henley
fue reclutado por Linda Ronstadt y el grupo luego evolucionó hasta convertirse
en The Eagles. Mientras, al frente de Uncle Jim's Music, Nicholson grabó sus
dos primeros discos. Luego se unió a la banda de Delbert McClinton y también
formó su propio grupo, Hot Sauce.
En 1980 se mudó a Nashville donde proliferó como compositor
al tiempo que se unió como guitarrista de la banda de un emblema de la música
country, Guy Clark. En 1983 consiguió su primer éxito con Your Love Shines Through, por Mickey Gilley. Un año después tuvo un
número 1 con That’s the Thing About Love,
por Don Williams. La catarata de éxitos en el country –de la mano de artistas
como Garth Brooks, Willie Nelson, Dixie Chicks y Vince Gill- siguió durante
toda la década del ochenta y se extendió en los noventa cuando además comenzó a
proveer canciones a músicos de blues, rock y R&B. Y así continuó entrado el
nuevo milenio.
Y entonces entró en escena Whitey Johnson. Como el personaje
de Marvin Pontiac creado por John Lurrie, Whitey nació cuando Gary Nicholson
escribió un cuento sobre un guitarrista de blues que vio actuar en una feria en
Garland. Se trataba de un músico albino negro que al final de la historia muere
cuando el Ku Klux Klan quema una iglesia.
Ahora, cuando Nicholson interpreta a Whitey Johnson, invoca
el espíritu del blues que ha amado toda su vida, con el más profundo respeto
por todos los grandes padres fundadores del género y con canciones que reflejan
su punto de vista único.
El nombre de Mark James tal vez no sea tan conocido por el gran público de la música. Pero sus canciones si lo son. James fue un amigo de la infancia del cantante B.J. Thomas y con el tiempo desarrolló un don natural para escribir canciones. Uno de sus grandes éxitos fue Hooked on a Feeling, que brilló en la voz de Thomas en 1968. Otro fue Always on My Mind, que popularizó Elvis Presley en 1972 y una década más tarde Willie Nelson lo convirtió en un súper hit. Pero sin dudas su canción más destacada fue Suspicious Minds, una de esas baladas pop influenciadas por el soul, que Elvis convirtió en un himno inmortal.
El Rey del rock & roll grabó la canción hace 55 años, el 23 de enero de 1969 bajo la supervisión del legendario productor de soul de Memphis, Chips Moman. El tema marcó un regreso de Elvis a su mejor forma y también a la ciudad en la que había grabado sus más grandes canciones en la década del cincuenta. Después de años de desperdiciar su talento en rellenos para bandas sonoras de películas de clase B, un Presley rugiente y de voz madura desató todo su poderío en esta balada que marcó un hito.
Desde su estribillo contagioso hasta un puente de combustión lenta y de tempo entrecortado, que se siente como una canción completamente diferente, brota el alma de Stax, puro soul de Memphis en todo su esplendor. La letra narra como la paranoia y la desconfianza se abren paso en una pareja, generando una grieta entre ellos y, como si estuviera arrodillado, Elvis suplica a su amante que no “deje morir algo bueno”.
Mark James había lanzado su propia grabación de la canción en el sello Sceptre en 1968, y proporcionó el modelo para la versión de Presley. Moman también había producido la original, que es casi idéntica en arreglos a la más famosa de las tomas, en la que la intensidad del Rey la convierte en algo completamente suyo. Con el master de Elvis grabado en sólo cuatro tomas, "todos en el estudio sabían que ésta era la canción", según Peter Guralnick, autor del bestseller Careless Love: The Unmaking of Elvis Presley.
El entusiasmo mantuvo en movimiento las sesiones de grabación pese las disputas comerciales. Moman, que poseía los derechos de autor de la canción, se negó a ceder cualquier publicación al bando de Presley, encabezado por el inescrupuloso Coronel Tom Parker. Elvis se mantuvo al margen de este tipo de asuntos y su amor por el tema superó a sus asesores comerciales.
Los músicos en las sesiones incluyeron a Reggie Young en guitarra, Tommy Cogbill en guitarra y bajo, Bobby Wood al piano, Ronnie Milsap al piano y voz, Mike Leech al bajo y Gene Chrisman en batería. Además, incluyó arreglos de vientos, cuerdas y coros.
Después de las sesiones de Memphis, Presley llevó su actuación a Las Vegas, donde probó Suspicious Minds frente a una audiencia en vivo. Una semana después del show, fue a un estudio en esa ciudad para hacer algunas sobregrabaciones de su versión original y reorganizarla para incluir una coda final falsa, en la que la canción comienza a desvanecerse, solo para regresar con "Estamos atrapados en una trampa / No puedo salir / Porque te amo demasiado, bebé".
Suspicious Minds fue el primer número uno de Elvis en siete años. Además de la conocida versión del sencillo, grabó una apasionante toma en vivo que se escuchó en Aloha From Hawaii Via Satellite (1973). B.J. Thomas también lanzó una versión de la canción de su amigo James en el disco B.J. Thomas County (1972), producido por Moman. Años después, The Fine Young Cannibals resucitó la canción en el álbum Fine Young Cannibals (1985).
En 2015, tras un análisis de hábitos de escucha de sus por entonces 50 millones de usuarios, Spotify reveló que era el tema más popular de Elvis.Así, esa canción con la que inició la última década de su vida, trascendió más allá del tiempo y las modas.
En la historia de la música contemporánea, hay nombres que brillan con luz propia, y uno de ellos es John Mayall, el maestro indiscutible del blues británico. El músico ejerció una notable influencia en la escena internacional, pero también fue clave en el desarrollo del rock nacional a fines de la década del sesenta y comienzos de los setenta.
Nacido el 29 de noviembre de 1933 en Macclesfield, Inglaterra, Mayall comenzó su viaje musical a comienzos de la década del sesenta, una época de efervescencia cultural y creativa que vio el nacimiento de una revolución en el blues. Al frente de los Bluesbreakers, adaptó el sonido del blues negro a un público blanco en plena era del Swinging London que se debatía entre mods y rockeros.
Mayall no solo tocó el blues; lo moldeó, lo desafió y lo llevó a nuevas alturas. Su habilidad para fusionar el blues con otros géneros, desde el jazz hasta el rock, le otorgó un estatus único en la escena musical. La alineación de los Bluesbreakers a lo largo de los años contó con nombres como Eric Clapton, Mick Taylor y Peter Green, todos grandes guitarristas que florecieron bajo la tutela de Mayall y luego dejaron una marca indeleble en la música por derecho propio.
Con más de 60 álbumes a lo largo de su carrera, Mayall exploró cada rincón del género, desde el blues eléctrico visceral hasta las raíces acústicas más puras. Cada álbum es un capítulo en la historia del blues, con Mayall como su narrador apasionado. Su capacidad para adaptarse y evolucionar a lo largo de los años ha sido una fuerza impulsora detrás de su longevidad artística.
Mayall expresó más de una vez su gratitud por la oportunidad de dedicar su vida a la música: "La pasión por el blues nunca se ha desvanecido. Cada día es una bendición poder seguir tocando y compartiendo esta música que amo con audiencias de todo el mundo".
Una vida dedicada al blues
Su padre Murray era guitarrista y coleccionista de jazz y blues y su influencia fue decisiva en su formación musical. El joven John desarrolló un amor temprano por los sonidos de los músicos de blues estadounidenses como Leadbelly y los pianistas de boogie woogie Albert Ammons, Meade "Lux" Lewis y Pinetop Smith. Fue escuchándo sus discos que aprendió por sí mismo a tocar el piano, la guitarra y la armónica.
Tras servir para el ejército en la guerra de Corea, Mayall se compró su primera guitarra eléctrica y a partir de entonces nunca más dejó la música. Se matriculó en el Manchester College of Art y comenzó a trabajar con varias bandas. Después de graduarse, se convirtió en diseñador de arte, pero su amigo y mentor Alexis Korner lo convenció de dejar su trabajo, convertirse en músico a tiempo completo y mudarse a Londres.
Mayall comenzó a tocar en locales de blues y R&B, como el célebre The Marquee, y empezó a tener seguidores. La primera edición de los Bluesbreakers grabó su sencillo debut, Crawling Up a Hill / Mr. James en 1964. Ese año, la banda ganó un puesto de telonero para la gira inglesa del bluesman John Lee Hooker. Poco después, Mayall se alzó con un contrato discográfico con Decca y grabó su álbum debut.
John Mayall Plays John Mayall fue editado en 1965, poco antes de que Eric Clapton dejara los Yardbirds y firmara con los Bluesbreakers (John McVie era el bajista del grupo). Su primer sencillo I'm Your Witchdoctor / Telephone Blues fue lanzado en octubre de 1965.
El célebre álbum Bluesbreakers with Eric Clapton se publicó en julio de 1966. Sus 12 temas incluían versiones de All Your Love de Otis Rush y Hideaway de Freddie King, así como cinco originales de Mayall. El disco alcanzó el puesto seis en las listas británicas y estableció la reputación de Clapton como guitarrista a nivel internacional. Sin que Mayall lo supiera, Clapton ya estaba preparando su salida de la banda y dejó la banda en junio para formar Cream con Ginger Baker y el ex (y futuro) acompañante de Mayall, el bajista Jack Bruce.
El guitarrista Peter Green, que ya había reemplazado ocasionalmente a Clapton, aceptó sumarse a los Bluesbreakers. Esta encarnación de la banda resultó casi igual de breve pero prolífica. Su único álbum, A Hard Road, se publicó en febrero de 1967, pero Green también se fue poco después, y con el bajista John McVie y el ex acompañante de Mayall, Mick Fleetwood, formaron la encarnación original de Fleetwood Mac junto al guitarrista Jeremy Spencer.
Si bien el personal de Mayall casi siempre eclipsó sus considerables habilidades en la prensa, el multiinstrumentista era experto en sacar lo mejor de sus alumnos más jóvenes, especialmente cuando buscaban comprender y tocar el blues eléctrico de Chicago. Mientras formaba una nueva versión de los Bluesbreakers, Mayall experimentaba constantemente y ampliaba las formas del blues para encontrar un futuro que solo él podía escuchar. Publicó la innovadora grabación en solitario The Blues Alone en 1967, para la cual escribió todas las canciones y tocó todos los instrumentos excepto la percusión, que fue proporcionada por Keef Hartley.
Bare Wires de 1968 fue el primer lanzamiento de Bluesbreakers que contó con el futuro guitarrista de los Rolling Stones, Mick Taylor. Ese año, Mayall disolvió los Bluesbreakers (existieron no menos de 15 encarnaciones diferentes entre 1963 y 1970) y grabó Blues from Laurel Canyon, su último álbum para Decca. Basado en una visita inicial al epicentro musical de moda de la región de Los Ángeles, el set en realidad se registró en Inglaterra. Pero Mayall ya tenía a Estados Unidos en mente. A finales de 1969 emigró al área de Los Ángeles y finalmente compró una casa en Laurel Canyon.
A lo largo de los años, Mayall nunca dejó de grabar y girar, a pesar de los innumerables cambios en su formación. Por allí pasaron, en la década del setenta, músicos como el bajista Larry Taylor y el guitarrista Harvey Mandel, que provenían de Canned Heat. Más adelante, en los ochenta, se sumaron los guitarristas estadounidenses Walter Trout y Coco Montoya. Justamente con ellos en el grupo, Mayall vino por primera vez a la Argentina para tocar en el estadio de Vélez en el mítico festival organizado por la Rock & Pop.
John Mayall y su relación con la Argentina
Los discos de Mayall de los sesenta, especialmente los que grabó con Clapton y Peter Green, fueron esenciales en el desarrollo del rock nacional. Músicos como Claudio Gabis y sus compañeros de Manal, Javier Martínez y el Negro Medina, se vieron muy influenciados por su sonido. Pero no fueron los únicos. Pappo, David Lebón, el Blusero León Vanella, Héctor Starc, por solo nombrar a algunos, encontraron en Mayall una puerta de acceso al blues tradicional de Muddy Waters, J.B. Lenoir, Freddie King y Otis Rush. Pero también nutrió a otros músicos argentinos que se dedicaron de lleno al blues como Botafogo, Daniel Raffo, Jorge Senno y Alberto García.
Tras su primera visita en 1985, Mayall volvió al país en 1994 y tocó en el Gran Rex, esta vez con Buddy Whittington en guitarra. La Mississippi y La Napolitana fueron las bandas teloneras. En mayo de 2008, regresó por terecer vez: se presentó otra vez en el Gran Rex y con Whittington una vez más como gran animador. El viejo blusero deleitó con un repertorio muy variado. La Nación publicó una crónica del recital: “No hay botox, lifting, cirugías ni cremas de la doctora Aslan que provoquen el mismo efecto. El blues rejuvenece. Solo así se explica que ese señor canoso, de 74 años, con pinta de abuelo hippie, se moviera como un adolescente en el escenario del Gran Rex y lograra hacer sentir como niños felices a más de dos mil personas”.
Mayall se mantuvo activo hasta la pandemia, pero los riesgos de los lugares concurridos y su avanzada edad lo obligaron a un retiro de los escenarios, pero no de los estudios. En 2021 editó su álbum número 60, The Sun Is Shining Down, por ahora el último, aunque con un guerrero de tantas batallas, nunca se sabe que más habrá en el futuro.
“Si sos de esas personas que ama la música de Pink Floyd,
pero odias la postura política de Roger podes irte bien a la mierda”. Así, sin
eufemismos, comenzó el show de Roger Waters en River. A decir verdad, así
comienzan todos los shows del ex Pink Floyd, porque no hay censura, boicot o
amenazas que puedan callarlo. La música de Waters viene con un mensaje de un
fuerte contenido político: no a la guerra, no a las armas nucleares, no a la
violencia institucional, no al racismo, no a la discriminación, no a la
inequidad. En sus palabras no hay una pizca de antisemitismo, pese a lo que
muchos quieren instalar.
La puesta en escena, por momentos teatral, los juegos de
luces y los videos ultra HD que acompañan a las canciones son esenciales para un
show que se destaca desde lo visual, pero en el que el sonido cuadrafónico es el
corazón que da vida al show. Tal como sucedió en sus presentaciones anteriores
(Vélez 2002, River 2007, River 2012, La Plata 2018), pero ahora con mejor tecnología,
los graves y los agudos están perfectamente balanceados, el volumen en su punto
justo, y los efectos especiales que se emiten desde parlantes laterales ubican al
espectador en medio de un bombardeo, el aterrizaje de un helicóptero o ante el
ladrido de un perro solitario.
El show comenzó a las 21:20 con unos imponentes fuegos
artificiales y la melodía de Comfortaby Numb. La primera referencia clara a la
Argentina llega con la crítica al aparato represivo del Estado. Entre los
nombres de víctimas como George Floyd, aparece el de Lucas González, el chico
de Barracas que fue asesinado por policías de la Ciudad, que recibieron penas de
perpetua por haber cometido un crimen de odio racial.
El mensaje, rechazado por buena parte de un mundo que se
vuelca a la extrema derecha, no tiene pausa y atraviesa el show de punta a
punta. Waters no se pone colorado a la hora de acusar a presidentes de Estados
Unidos (Reagan, los dos Bush, Clinton, Obama, Trump y Biden) de criminales de
guerra. Tampoco cuando señala por lo mismo a Putin o al norcoreano Kim Jong-un.
Waters vierte una catarata de verdades que incomodan a los
poderosos y a quienes amplifican los mensajes de odio. Cada tema es un
manifiesto en contra de la violencia, la inequidad y la desigualdad. Sus letras
ponen sobre la mesa la miseria humana, el hambre y las injusticias. No se
olvida de Chelsea Manning, Julian Assange y los periodistas de Reuters
asesinados en Bagdad, ni tampoco de mencionar a los escritores que más lo
influenciaron en la década del sesenta: George Orwell y Aldous Huxley.
El repertorio de la primera parte del show recorre buena
parte de la historia de Pink Floyd con The
Happiest Days of Our Lives, Another Brick in the Wall, Part 2 y Part 3, Have a
Cigar, Wish You Were Here, Shine On You Crazy Diamond y Sheeps, en los que por momentos se respalda en imágenes de Syd
Barret, Nick Mason y Richard Wright, aunque deja deliberadamente afuera a David
Gilmour, acompañado por un relato en primera persona de su vida y su carrera.
También hay lugar para sus temas solista como The Bravery of Being Out of Range y The Bar, donde se sienta al
piano y se muestra más reflexivo.
Transcurrida una hora de show se produce un intermedio en el
que la mayoría del estadio comienza a cantar de manera espontánea “el que no
salta votó a Milei” y “nunca más, nunca más”.
La segunda parte comienza con dos hitazos de Pink Floyd como
In The Flesh y la poderosa Run Like Hell. Luego resurge un fuerte mensaje
anticapitalista en canciones como en Is
This the Life We Really Want? y Money,
que se presenta como una contradicción en un estadio repleto de gente que pagó
tickets carísimos para verlo y que cuenta con sponsors y una maquinaria
comercial que le permite girar por todo el mundo. Así da paso a un set dedicado
a The Dark Side of The Moon que
incluye además Any Colour You Like, Us
And Them y Brain Damage.
Antes de interpretar Déjà
Vu, Waters le responde a los dueños de los hoteles que no lo dejaron
alojarse: "La razón por la que no me dejan quedarme en los hoteles de
Buenos Aires es porque yo creo en los derechos humanos, lo hago, siempre lo he
hecho. Mi mamá me enseñó sobre derechos humanos cuando era así de alto. Así que
los Derechos Humanos son el problema acá".
La segunda referencia a la Argentina llega sobre el final
con el anuncio de Two Suns in the Sunset,
un tema de The Final Cut (1982),
disco que mucho tiene que ver la guerra de Malvinas y que le valió muchas
críticas en Inglaterra, en el que se refiere a los proyectos en marcha para la
identificación de soldados argentinos caídos durante la guerra, que están
enterrados en las islas.
El final, con un reprise de The Bar, llega con un elogio a Bob Dylan y en el que cuenta como se
inspiró en Sad Eyed Lady of The Lowlands,
de Blonde on Blonde, para escribir
esta canción, que también le dedica a su esposa Camila y a su hermano John,
recientemente fallecido.
Como bien lo describe Sergio Marchi en su libro Roger Waters – El cerebro de Pink Floyd sus
letras “tienen que ver con la humanidad, con su relación con el dinero, con los
miedos, las comunicaciones, las carencias, las esperanzas, y los anhelos. No se
quedan en la superficie, van bien adentro, tienen significado, no son huecas. (…)
Son canciones que han galvanizado el sentimiento de varias generaciones y que
continúan flameando alto”.
Roger Waters es un luchador incansable. Utiliza su música
para transmitir un mensaje de paz en un mundo convulsionado, para denunciar un
genocidio en Medio Oriente y también abusos de poder a un lado y otro del Atlántico.
Lleva medio siglo transformando su bronca, sus miedos y su desazón en arte,
porque no es solo música que entra por los oídos lo que él hace, sino que es un
entramado magnánimo que apunta a sacudir todos los sentidos. La gira This is not a Drill está anunciada como
su despedida y con sus 80 años parece que así será. Pero como siempre, en este
último medio siglo, él tiene la última palabra.
Hay algo en el sonido de la guitarra de Billy Gibbons que es
único y, por ende, irreproducible. Nadie suena como él y nadie lo hará. Su
mantra es el de las tres “T” en inglés: tone, taste, tenacity (tono, gusto,
tenacidad). El guitarrista lleva más de medio siglo activo y en el último
tiempo debió enfrentarse a un cambio impactante en su vida: la muerte de su
eterno compañero en ZZ Top, el bajista Dusty Hill. Eso lo llevó a reconfigurar
buena parte de su agenda. El trío texano sigue tocando, con Elwood Francis al
bajo, pero él también encontró su tiempo para apuntalar su proyecto solista,
que lo aleja de los grandes estadios para tocar en lugares más pequeños, cara a
cara con el público. Y ahora, también suma algo inédito en su carrera: salir a
escena con una banda argentina.
La historia de Gibbons y La Mississippi comenzó a escribirse
hace algunos años, aunque recién se materializó este miércoles con un show
candente en La Trastienda, en la previa de los festejos por los 35 años de la
banda que se realizará este sábado en el Luna Park. Lo de anoche fue una
especie de premier que tuvo al guitarrista texano como protagonista exclusivo
con un repertorio que combinó clásicos del blues y el rock con los temas más
emblemáticos de ZZ Top.
El comienzo fue una sorpresa. Ricardo Tapia, líder de La
Mississippi y maestro de ceremonias, presentó a Martín Guigui, un argentino
radicado desde hace décadas en los Estados Unidos, que fue el nexo para que
Gibbons pudiera venir a la Argentina. Guigui es tecladista y líder de una banda
familiar que ha tocado con músicos de la talla de Joe Bonamassa, Warren Haynes
y Keb’ Mo’. Sus hijas Esther y Rebecca, ambas adolescentes, son la vocalista y
baterista, respectivamente. Mientras que el pequeño Noah se encarga de la
guitarra. Tocaron un par de clásicos del rock como Dixie Chicken y Take Me To
The River, y la imponente voz de Esther se ganó la primera ovación de la
noche.
A las 21, Billy Gibbons apareció en escena con su Gibson
SG/Les Paul Lil Red acompañado por La Mississippi con Tapia en guitarra rítmica
y armónica, y el resto de los músicos –Gustavo Ginoi, Claudio Cannavo, Juan
Tordó y Gastón Picazo- ocupando sus lugares. Comenzaron con Thunderbird, tema de ZZ Top con el que
desde su letra y su groove invita al público a “volar alto”. Con un sonido
intenso y espíritu de zapada, se lanzaron sobre otros clásicos del trío texano
como Sharp Dressed Man y el blues Jesus Just Left Chicago, para luego
presentar Treat Her Right de Gibbons
como solista. En ese momento hubo un cambio en la batería: Gabriel Cabiaglia
reemplazó a Juan Tordó quien se recupera de una operación y no está todavía
para afrontar un show entero.
Luego se zambulleron en las aguas pantanosas del blues
primero con Got Love If You Want It,
del gran Slim Harpo, y después con Rock Me Baby en el que Tapia se hizo
cargo de la voz. La psicodelia también se hizo presente con una demoledora versión
de Foxy Lady de Jimi Hendrix. El público
ya estaba frenético y todavía faltaba lo mejor. Tube Snake Boogie dio la pauta de que enseguida vendrían los himnos
de ZZ Top. Tush fue como un tsunami
imparable, con el público coreando desencajado y la guitarra filosa de Gibbons
llevada al paroxismo, y La Grange, el boogie hipnótico made in Texas, terminó por
desatar la locura. Con Gibbons ya en retirada interpretaron Travelin’ Band de Creedence, otra vez
con Tapia en su faceta de cantante demostrando porqué es el número 1 en lo que
hace. La gente le dio una calurosa despedida al maestro y La Mississippi se
hizo cargo del bis con su clásico Un
trago para ver mejor.
El rock & roll clásico tuvo su fiesta en La Trastienda
de la mano de una figura legendaria, uno de esos músicos que desafían al paso
del tiempo y que, de alguna manera, comparte algo muy profundo con sus
anfitriones, además de la pasión por la música y una clara simbiosis musical:
mantener el espíritu de banda, pese a todo y hasta que la muerte los separe.
El soul tiene quien lo escriba. El periodista y músico Tony
Vardé volvió a hacerlo de nuevo, aunque esta vez a cuatro manos, junto al
español José Luis “Zepi” Crespo y un océano de por medio. ¡Escuchate esto! 75 joyas de la música soul es un libro que repasa
la historia de ese género a través de un listado de canciones que también
funciona como playlist para adentrarse en lo más íntimo de la música negra.
La sociedad entre Zepi y Tony nació a raíz del libro del
segundo, Grabando emociones-La revoluciónde Stax Records.Tal como cuenta Zepi en el prólogo, él venía amasando la
idea de escribir un libro en tono enciclopédico sobre el soul desde hacía un
tiempo y cuando llegó a sus manos la obra de Tony se lanzó a la aventura de
contactarlo. Luego todo fluyó con naturalidad y la pasión que une a dos
melómanos, pese a los miles de kilómetros que los separan, lo hizo posible.
¡Escuchate esto! es
también el nombre del blog de Tony en el que viene posteando reseñas e
historias sobre música desde hace varios años, así que los autores decidieron
que el libro fuera una continuidad de esa url que acumula muchísima
información. Cada uno eligió 37 canciones y las reseñó, y una la hicieron en
conjunto. El resultado son casi 150 páginas con el listado de temas en orden
cronológico y un QR que nos lleva a descargar la playlist para que podamos escuchar
las canciones a la par que avanzamos con la lectura.
Los temas elegidos por Zepi y Tony son representativos de
más de 60 años de historia. Están los grandes clásicos como A Change Is GonnaCome de Sam Cooke; Use Me de Bill Withers; Time Is On My Side de Irma Thomas;
Stubborn Kind of Fellow de Marvin Gaye; y I’d Rater Go Blind de Etta James.
Pero hay también varios temas desconocidos para el gran público como Open The
Door To Your Heart de Darrell Banks; y Someday de The Tempest. Si bien gran
parte del cancionero corresponde a las décadas del sesenta y el setenta hay
algunas joyas de artistas más recientes como Charles Bradley, Leon Bridges,
Sharon Jones y Vintage Toruble.
La selección también ofrece sorpresas que se emparentan con
el soul desde el jazz, el blues y el rock como la versión de Satisfaction de
Jmmy Smith; I Got The Blues de los Rolling Stones; y Hate It When You Leave de
Keith Richards, aquí con la imprescindible colaboración del periodista Esteban
Schoj.
En cada reseña los autores cuentan la historia de la canción
y del o los músicos que la interpretan, así como también vuelcan sus
sensaciones y cuánto influyeron en sus vidas. Como en todo listado prima la
subjetividad y alguno siempre considerará que falta uno u otro tema. Lo cierto
es que ¡Escuchate esto! funciona como
una puerta de entrada a uno de los géneros más sensuales y atrayentes de la
historia de la música que todavía sigue vigente.
El nuevo disco de los Rolling Stones, el primero con temas
propios en 18 años, divide las aguas entre los fanáticos de la banda inglesa.
El mismo viernes, día en que salió a la venta, sus seguidores se hicieron oír.
Muchos festejaron las doce canciones de Hackney Diamonds, pero otros se
mostraron decepcionados y algunos hasta molestos. Todos exhibieron sus
argumentos, dominados por la pasión, luego de escucharlo un par de veces. Los
sentimientos los movilizaron, para bien o para mal, y no es para menos. Se
trata del grupo que musicalizó la banda sonora de sus vidas y hoy, los octogenarios
Mick Jagger y Keith Richards, con el infaltable Ronnie Wood, les ofrecen algo
más. La pregunta obligada, entonces, es: ¿Era necesario un nuevo disco de los
Stones?
Hace poco más de un mes, la banda presentó el primer
adelanto del disco. Angry, que ahora abre Hackney Diamonds, un tema con el
clásico riff stone que fue acompañado por un sensual video protagonizado por la
actriz Sydney Sweeney. La expectativa creció porque la canción está en línea
con lo mejor de los Stones y con un detalle no menor, era la primera grabación
que se conocía de ellos tras la muerte de Charlie Watts, aquí reemplazado por
Steve Jordan, viejo ladero de Richards en los X-Pensive Winos.
Pocos días después apareció el segundo adelanto. Sweet
Sounds of Heaven, una hermosa balada con tintes góspel y bluseros en la que
Jagger mantiene un dueto con Lady Gaga, más el aporte de Stevie Wonder en
teclados. La melodía es bellísima, pero a muchos de los fans les hizo ruido el
rol protagónico de la cantante emparentada con el pop. Aquí comenzó a
manifestarse la grieta.
Ahora con la aparición del disco y todas las cartas sobre la
mesa aparecen algunas certezas y varias dudas. Esos dos temas resultaron ser
los mejores del álbum. El groove clásico de Charlie Watts, que marcó el sonido
de los Stones durante décadas no está, por razones obvias, pero ni siquiera
aparece en los temas en los que sí había grabado, Mess it Up y Live By The
Sword. El álbum tiene una producción sobreabundante y eso fue responsabilidad
de Andrew Watt.
Watt tiene apenas 33 años y antes de llegar a los Stones
trabajó con músicos tan diversos como Justin Bieber, Avicii, Lana del Rey,
Shawn Mendes, Blink 182 y Ozzy Osbourne, más allá del súper grupo que integró
con Glenn Hughes y Jason Bonham, California Breed. Un curriculum bastante
ecléctico que nos lleva a pensar que Jagger y Richards lo buscaron para sonar
más aggiornados y llegar a un nuevo público, que para contentar a los viejos
fans.
La portada es un buen indicio. Ese corazón de diamantes
apuñalado parece ser el de los fanáticos desencantados. Y con la letra de Angry,
de alguna manera, Jagger pide disculpas. “No se enojen conmigo…”.
Whole Wide World es una de las canciones que sobresale por
su melodía, que con un tempo más lento bien podría estar en un disco de Bon
Jovi. Dreamy Skies es una hermosa balada country en línea con Wild Horses, pero
sin la mística del tema lanzado en Sticky Fingers. Driving Me Too Hard se
aproxima más a una de esas canciones de Bridges to Babylon o A Bigger Bang, y
Tell Me Straight, cantada por Richards deambula en un océano calmo sin un
destino claro. El disco termina con Rolling Stone Blues, de Muddy Waters, que
lleva a Jagger y Richards a sus inicios, despojados de electricidad y sumidos
en el sonido más crudo del blues. Principio y final en una sola canción. Olor a
despedida… al menos de los estudios.
Los invitados, todos músicos de peso, de alguna manera pasan
inadvertidos, a excepción de la ya mencionada Lady Gaga. Que Paul McCartney
toque el bajo en un tema en un tema de los Stones es un hecho histórico, pero Bite
My Head Off es apenas una frenética apología rockera en la que el ex Beatle no
se destaca. Lo mismo sucede con Elton John y la reaparición con el grupo de su
ex bajista Bill Wyman. Además llama la atención que no hayan participado de la
grabación Darryl Jones y Bernard Fowler, quienes llevan años junto a los
Stones.
Hackney Diamonds no es un mal disco, pero tampoco es un álbum
que esté a la altura de sus grandes placas discográficas de la banda. La
desazón de algunos de sus fanáticos es comprensible, pero también lo es la
satisfacción de los otros. Tal vez en un futuro, cuando los Stones ya no estén
más, este disco sea valorado de otra manera. En sus más de seis décadas como
figuras centrales del rock and roll, los Stones siempre se adecuaron a los
sonidos del momento. Undercover y Dirty Work fueron muy criticados en los
ochenta y hoy pueden ser escuchados con conciencia histórica. Lo mismo sucede
con el viaje ácido de las Majestades Satánicas, un disco con el que Jagger,
Richards y Brian Jones se sumergieron en lo más profundo de la psicodelia de
los sesenta.
Con todo, Hackney Diamonds nos recuerda que Jagger y
Richards siguen activos con sus 80 años, que eligieron seguir tocando en lugar
de irse a pescar y que aceptaron un nuevo desafío de sonar actuales. En una
época de desesperanza, con guerras, pestes, desigualdades y catástrofes
climáticas, que ellos sigan rocanroleando demuestra que este disco, pese a sus
falencias, es muy necesario.
La historia de Blackie es mucho más que la de una mujer que
tuvo un rol central en el mundo del espectáculo y la cultura en la Argentina. Bucear
en su vida nos lleva a fines del siglo XIX cuando los primeros colonos judíos desembarcaron
en el país. Sus padres, Yedidio Efron y Sara Steinberg, arribaron siendo niños
y fueron parte de la génesis de esa microsociedad pionera de la colectividad
judía.
Con gran precisión y una prosa fluida, Hinde Pomeraniec
reconstruye los primeros años de la vida de Paloma Efron. Su nacimiento e
infancia en Entre Ríos, el traslado familiar a Buenos Aires, la relación con su
padre, un hombre muy reconocido en el ámbito educativo de la colectividad
judía,y su adolescencia, en la que tuvo
que abandonar la escuela para cuidar a su madre enferma, son las piezas del
rompecabezas con las que ella fue forjando su personalidad.
El salto de Paloma Efron a Blackie no fue de un día para el
otro, pero sí hubo un momento bisagra en su vida. Todavía adolescente consiguió
un trabajo en el Instituto de Cooperación Argentino Norteamericano (ICANA) y
allí se topó con un disco de spirituals, la música religiosa de la comunidad
negra de los Estados Unidos. Si bien ella venía de una familia de melómanos,
ese acontecimiento se volvería trascendental y, como sostiene la autora, para
Paloma “se volvió una obsesión”.
Su debut artístico coincidió con el período político de la
Década Infame, “una época de frustraciones para la mayoría, y de privilegios
para unos pocos”, y con los años dorados de la radio. Fue en ese medio donde
Paloma se recibió de cantante, tras ganar un concurso organizado por la marca
Jabón Federal, y recibió su apodo artístico de Blackie. La autora sobrevuela su
etapa musical, su viaje a los Estados Unidos, donde se codeó con figuras como
W.C. Handy y Duke Ellington, las grabaciones que realizó para Odeón, y las
presentaciones que hizo, para luego centrarse en el plano más personal, el de su
relación amorosa con el playboy Carlos Olivari, al tiempo que narra cómo era la
noche porteña y el mundo del espectáculo de la década del cuarenta.
Su matrimonio con el dramaturgo y guionista, que se hizo
famoso por su sociedad con Sixto Pondal Rios, tuvo relación directa con el
primero de los cambios artísticos de Paloma, que fue el de dejar la música para
convertirse en actriz, productora y periodista. Se separaron en el albor de la
década del cincuenta y no tuvieron hijos, pero de acuerdo con lo que pudo
reconstruir Pomeraniec, esos años de convivencia la marcarían por el resto de
su vida.
El 17 de octubre de 1951 se realizó la primera transmisión
televisiva de la historia en la Argentina. Ese acontecimiento, algunos meses
después, se volvería trascendental en la vida de Blackie porque se sumó a ese
medio y para el gran público su nombre siempre quedaría asociado a los inicios
de la tevé. En los primeros años condujo programas, fue productora e incluso
llegó a ser directora artística de Canal 7, cargo que ocupó hasta poco antes
del golpe militar de 1955 que derrocó a Juan Domingo Perón.
En los sesenta, con la aparición de los canales privados,
Blackie se convirtió en un personaje central de la pantalla chica. Encabezó
decenas de programas, compartió la conducción con figuras como Carlos
D’Agostino, Juan Carlos Mareco y hasta Roberto Galán; presentó a artistas
internacionales de la talla de Nat King Cole y Sammy Davis Jr; fue pionera de
los programas políticos y potenció a Bernardo Neustad, quien se volvería un
referente en los ochenta y noventa. En el plano artístico lanzó las carreras musicales
de Sandra Mihanovich y Susana Rinaldi.
En paralelo, desde sus inicios, siempre fue una figura
destacada de la radio. Lo hizo como cantante, productora, presentadora y
también como periodista. Su voz ronca por el humo de los Kent está en el
recuerdo de quienes la escucharon durante años en diversos programas, en los
que mantuvo un contacto fluido con sus oyentes, quienes le escribían cartas que
leía con mucha atención y se enojaba ante las críticas que consideraba injustas
o fuera de lugar.
Su paso por el periodismo gráfico también es narrado en el
libro, editado por Gourmet Musical, que incluso traza un paralelismo entre
Blackie y Victoria Ocampo marcando coincidencias, encuentros y, sobre todo,
diferencias. La autora ahonda en las relaciones laborales de Blackie, una mujer
que supo salir adelante en un mundo de hombres y la describe como “una
feminista pionera, hablaba de una manera y actuaba de otra”. Según los
testimonios que recogió, ella no empatizaba con mujeres que le pudieran hacer
sombra y se llevaba mejor con los hombres. Se hizo un lugar a base de coraje,
talento e insultos, algo que ella creía que la ponía de igual a igual con los
hombres.
Blackie, una voz
insumisa es una biografía atrapante que va un poco más allá del personaje.
En palabras de Albert Gilbert: “Agitadora, polemista, divulgadora, Blackie
demostró tempranamente en un mundo de hombres lo lejos que podía llegar una
mujer de la que todos hablarían. No podía ser de otra que Hinde Pomeraniec la
que reconstruyera con sagacidad y soltura algo más que su vida: un gran fresco
de época, una historia cultural en la que la cuestión de género es algo más que
un programa, un asunto mayor".
A mitad de camino entre el Verano del Amor, que de alguna marcó el inició de la contracultura hippie, y el Festival de Woodstock, que podría considerarse el fin de una era, Jimi Hendrix lanzó su álbum icónico Electric Ladyland, un disco revolucionario que, a pesar del paso del tiempo, se mantiene como un hito en la historia de la música y un pilar fundamental en el rock psicodélico.
Electric Ladyland fue el tercer y último álbum de estudio de The Jimi Hendrix Experience, con Noel Redding en bajo y Mitch Mitchell en batería, y representa una amalgama de la creatividad musical y la innovación artística que caracterizaron al talentoso guitarrista de Seattle. El álbum llevó los límites del rock y el blues más allá de lo imaginado, con canciones que exploraban nuevos sonidos, texturas y temas líricos provocadores.
La obra maestra de Hendrix, que salió al mercado el 16 de octubre de 1968, contiene himnos atemporales como All Along the Watchtower, una versión inolvidable de la canción de Bob Dylan, y Voodoo Child (Slight Return), una épica pieza que aún hoy es considerada una de las mejores interpretaciones de guitarra en la historia del rock. Otros grandes temas del disco son Crosstown Traffic, Burnign of The Midnight Lamp y Rainy Day, Dream Away.
El álbum no solo desafió las convenciones musicales de su tiempo, sino que también abordó temas sociales y políticos candentes, reflejando la agitación y el cambio cultural de la década de 1960.
A lo largo de los años, Electric Ladyland mantuvo su relevancia e influyó en generaciones de músicos, consolidando a Jimi Hendrix como un ícono musical.
Cómo se grabó Electric Ladyland
Grabado entre 1967 y 1968, Electric Ladyland llevó la Jimi Hendrix Experience a explorar nuevos horizontes musicales. Las sesiones de grabación fueron un laboratorio de experimentación sonora, donde Hendrix y su equipo buscaron trascender los límites establecidos en la industria musical imperante.
Uno de los aspectos clave fue la técnica pionera de grabación en estéreo. Hendrix y su ingeniero de sonido, Eddie Kramer, emplearon de manera innovadora la tecnología disponible en ese momento para crear efectos estereofónicos sorprendentes y envolventes. Esta innovación fue fundamental para la atmósfera psicodélica del álbum.
Hendrix también desafiaba constantemente las convenciones musicales. Experimentaba con capas de sonido, efectos y distorsiones, creando paisajes sonoros únicos en canciones como Voodoo Chile y 1983... (A Merman I Should Turn to Be). Los músicos invitados -Stevie Winwood, Al Kooper, Jack Casady y Mike Finnigan- también contribuyeron a la riqueza y diversidad de sonidos en el álbum.
El contexto social y político tumultuoso de la década del sesenta influyó en la temática de Electric Ladyland. Hendrix abordó temas como la guerra, la libertad y la espiritualidad, ofreciendo su perspectiva a través de letras poéticas e introspectivas.
La polémica por la portada
La portada original, diseñada por el propio Jimi Hendrix, presentaba a un grupo de mujeres desnudas y semidesnudas. Fusionaba la fotografía con elementos surrealistas y colores brillantes, capturando la atmósfera psicodélica y provocadora de la música contenida en el álbum.
El diseño no estuvo exento de controversia y enfrentó censura y desafío a las normas sociales de la época. Muchos consideraron que era demasiado explícito y obsceno para el público en general, lo que llevó a varios países, incluyendo los Estados Unidos y el Reino Unido, a cambiar o modificar la portada. En algunos casos, se optó por una versión más recatada con una imagen de la banda en lugar de las mujeres.
El artista Karl Ferris, fotógrafo y amigo cercano de Hendrix, también contribuyó a la realización de la portada y capturó imágenes importantes que se utilizaron en el diseño final. Su enfoque innovador en la fotografía y su colaboración con Hendrix jugaron un papel esencial en la creación de esta obra de arte que desafió las normas establecidas.